No sabemos lo que tenemos, hasta que limpiamos el closet

 

Empieza otro año y junto a él llega una larga lista de buenos propósitos que nos abandonan puntualmente los últimos días de enero, como un novio fugaz que se retira terminado el verano. Antes de que llegue el Día de San Valentín quiero tachar algunas de las metas de la lista. Así gano entusiasmo gracias a la satisfacción y lo invierto en otras tareas. “Tener el closet ordenado”, está en el fondo del elenco. Pero como nos enseña la matemática: el orden de los factores no altera el producto. Me lleno de valor y empiezo por el final. 

La infografía animada “Limpieza del closet de año nuevo” sobre cómo liberar el armario publicada en las redes sociales de Project Glam me inyecta una buena dosis de esperanzas. “Busca toda la paciencia que tengas dentro de ti y manos a la obra…”. Bastaba empezar por la pregunta: “¿Está rota?; “¿Haz usado en el último año?; “¿Va con tu estilo?”. Las respuestas, seguidas de una flecha, son sintéticas: “desecha”, “dona”, “conserva”. Es tan sencillo…

 

Le señalo a mi hermana la infografía y me responde: “Suerte, desde que me mudé estoy en eso”. Cambió de casa hace un año y medio. Recuerdo que cuando empezó a abrir las primeras cajas nos mandabamos los videos de la japonesa Kon Marie sobre cómo mantener en orden vestidos, accesorios, ropa interior y carteras. Era más fácil entender el nuevo orden geopolítico mundial. Quizás nuestra incapacidad a seguirla se debía al japonés, quién sabe… 

No me rindo y me repito: “Busca toda la paciencia que tengas dentro de ti…” Pongo música y abro una botella de vino tinto. Puede que la misión sea divertida… Trato de que sea como ir de compras en mi propia casa. Uno no sabe lo que tiene hasta que poner orden en el closet.

El primer fantasma que se me aparece es un suéter Mango color “tequila” comprado con descuento cuando tenía 18 años y vivía en el Trópico. Recuerdo que mis amigas Cherry y Adriana, cuando les dije que me quería ir a vivir en Italia, me dijeron entusiasmadas que la ropa con más glamour era la invernal. En aquella época, me sentía chic e intelectual con ese abrigo, a pesar de las temperaturas inapropiadas. Soñaba con escribir. Era feliz. “Conserva fuera del armario”, me aconseja la infografía.   

Otro recuerdo se me aparece en forma de vestido es uno de noche, gris y descotado. Lo usé en mi graduación de bachillerato. Tiene una mancha indeleble, como ese momento de mi vida: “Desechar”. Sigue el pantalón verde militar que me regaló mi novio en mis 15 años (“desechar”); un suéter azul tejido por mi mamá (“conservar”); el primer suéter que hice cuando, en una sala de hospital, recé mientras tejida cada punto para que una querida amiga saliera bien (“conservar fuera del closet porque quedó torcido… y ¿cuántos miles de suéteres tengo?”). La mini-falda mi primera cita romántica terminada en desastre histórico (“desechar”), la pijama con comiquitas que me regaló mi mamá, que cada vez que uso me hace sentir que la abrazo (“conservar siempre”).  

Estoy agotada. No llevo ni un cuarto del closet. El resultado hasta ahora son tres bolsas llenas de ropa que alguien más podrá usar. Especialmente suéteres calientes en esta temporada de frío. Me siento más ligera, un poco borracha (de la botella queda menos de la mitad) y bastante feliz. Tengo más espacio en el closet para nuevos vestidos y nuevos recuerdos.