Suelta y entaconada

Decía Coco Chanel que “la moda no existe sólo en los vestidos. La moda está en el cielo, en la calle, la moda tiene que ver con las ideas, la forma en que vivimos, lo que está sucediendo”. Vivo en Roma y la moda es un polen que se respira en el aire. Se te pega en la piel, se te mete en los pulmones. Te habita el alma. Por donde uno se voltee, lo bello se posa en cada rincón. Ángulos de historia esculpidos hace milenios cuentan de una profunda obsesión por lo imponente, lo hermoso, lo único. Caminar frente al Coliseo o la Fontana di Trevi emborrachan la vista y el espíritu.

La Gran Belleza no es sólo una película, es una misión para los romanos. Desde las empleadas del Ama – la empresa que recoge la basura en la ciudad -, que están siempre con la manicure impecable, hasta las diputadas que llegan al Parlamento sobre tacones de 12 centímetros. Nadie puede desentonar. Roma es un escenario de imponente de armonía.

Quizás por ese motivo me sentí incómoda, desde el primer día, cuando llegué sobre unas flip flop, vistiendo la franela blanca que me acompañaba desde siempre. Y eso que vengo de Caracas, una ciudad implacable con el cuidado de la imagen personal. El culto al cuerpo está arraigo en la cultura popular, sin importar el segmento social o la afiliación política. Muchas veces hasta el dolor físico (causado por la depilación, extensiones del cabello, pedicure profunda) es justificado como medio para llegar al fin. “Para ser bella hay que ver estrellas”, dice el dicho.

Sin embargo, fue en Roma donde la búsqueda incosciente de un estilo me sorprendió. Me descubrí dedicando más tiempo frente al closet para escoger qué ponerme, maquillándome con más productos, viendo fotos de cortes de cabello en las revistas. Fue en la ciudad en la que Audrey Hepburd, de verdad, se enamoró de un médico y filmó sus grandes éxitos, donde descubrí la vanidad que todos llevamos por dentro y comencé a hacer pases con ella.

Fue así como empecé a buscar en tiendas low cost vestidos de materiales naturales y de calidad para combinarlos a mi gusto. Las tardes en H&M, Other & Stories, los mercados vintage y las tiendas de piel artesanal italiana, se convirtieron en sinónimo de relax. Una búsqueda de placer en sintonía con el contexto.

En las tardes, el paseo alrededor del rio Tevere se baña de una luz rosada que me hace sentir Liz Taylor con un vestido de tul color cuarzo aunque tenga una falda Mango; la Dolce Vita es pensar en la próxima cartera de lana que tejeré. Sentada en los bares de Piazza Navona espio cómo se maquillan los ojos las “ragazzas” más elegantes y contemplo la calidez del ocre de algunos muros, la suavidad de los bucles en el peinado de una noble romana.

A veces me pregunto si es el ambiente que influye en mí, si no es artificial ese empeño en ser auténtica. Y la moda que se respira en las calles, las ideas que me transmiten algunas combinaciones de colores y de texturas, me dicen que no. La moda está en el cielo, en la calle, en la forma en que vivimos y queremos vivir. Esa búsqueda es la prueba de que construimos, somos parte de la Gran Belleza.

Por Rossana Miranda 


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